Hay lugares y territorios, cercanos y lejanos, que son buenos para el corazón y el alma como pocas cosas en el mundo pueden hacer. Por eso viajar se considera una verdadera terapia para empezar de nuevo, crecer y evolucionar cuando todo lo que nos rodea parece derrumbarse.
Ya sea el fin de un amor, la pérdida repentina de un ser querido, un fracaso profesional o simplemente un período de estancamiento en el que sentimos que no avanzamos, empacar e irse puede ser el mayor acto de amor que nos damos.
Viajar, de hecho, no es sólo una forma de conocer el mundo, los pueblos y las más diversas culturas que lo caracterizan. En algunos momentos de nuestra vida, el viaje puede convertirse en una verdadera forma de terapia que nos ayuda a encontrarnos a nosotros mismos, a curar esas heridas del alma que durante demasiado tiempo nos han impedido empezar de nuevo y vivir, ser felices.
Y esto es especialmente cierto porque el viaje, antes de ser físico, es interior: con la exploración nos ponemos en juego a nosotros mismos y nuestras certezas, ese mundo que conocíamos y que, aunque no nos gustara, nos hacía sentir seguros. Cuando viajamos sabemos muy bien que sólo podemos contar con nosotros mismos y finalmente nos encontramos frente a los límites y miedos que solían bloquearnos.
Por lo tanto, el cuidado del alma y las heridas del corazón pasa a través del viaje, una experiencia capaz de regenerarse, transformarse y comprenderse plenamente a sí mismo, una forma de encontrar la fuerza que nos faltaba y de afrontar el regreso con una nueva conciencia.
Para que la partida no sea sólo una vacación sino, por el contrario, una verdadera terapia para el alma y la psique, es esencial tomar todo lo que un viaje puede darnos, de principio a fin.
Escribir las emociones, pensamientos y sensaciones en un diario de viaje, tomarse el tiempo para estar solos y escucharse mutuamente, conocer gente, perderse en los ojos de un extraño y luego intentar una nueva y loca aventura o sumergirse en el silencio de la naturaleza, son todas cosas que nos permiten crecer, encontrarnos a nosotros mismos, curar el alma cansada y cansada que sólo necesita renacer.